dimecres, 23 de desembre del 2009

CUENTOS DE NAVIDAD




Nuestro bloguero Jaume el año pasado nos deleitó con un exquisito cuento de Navidad en los comments del blog. Para que todo el mundo tenga la ocasión de disfrutarlo, hemos decidido publicarlo en forma de post. El cuento es el siguiente y todo parecido con la realidad es mera coincidencia...


 


Entró en casa y encendió las luces…


De golpe el silencio del espacio oscuro se vio roto por el zumbido de las luces de diseño, un rumor que se vuelve insignificante con el paso de los minutos.


Dejó las llaves en una fuente plateada en el recibidor, una pieza regalo de un cliente que pudo recuperar a tiempo.


 


La sala en su frente estaba vacía, todo en orden, todo dispuesto, casi era un modelo fotográfico que antaño hubiera lucido con orgullo. Pero esta vez había algo incómodo. Venía de casa de la familia, de gritos, carreras y celebraciones y el espacio diáfano y pulcramente dispuesto de su nueva casa le daba una sensación diferente. Siempre entendía esa casa como un retiro, un descanso, un Shangri-la de introspección. Hoy no…


 


Es la noche de Navidad. La nueva casa no tiene vecinos anticuados, no hay ruidos en las puertas vecinas, ni niños emocionados…  el golpeteo de la puerta al cerrarse y la activación del sistema de seguridad dieron paso a un vacío vital.


No se había molestado en montar la teatralidad navideña, unas pocas bolas sobre la mesa del comedor de celebraciones, unas velas ornamentadas en el salón y un abeto frondoso en las habitaciones para las visitas infantiles de cada 15 días. Ni había puesto luces, no estaban de moda y el diseño vanguardista arrasa con todo.


 


Caminó hacia el vestidor, el desastre de días anteriores estaba exquisitamente limpio, planchado y ordenado por parte de la asistencia diaria. Se había excedido en algunas cosas sabiendo que al día siguiente todo volvería a una situación idílica como por arte de magia. Dejó el traje oscuro, la corbata bicolor y lanzó la camisa al rincón donde solía amontonar los turnos de ropa usada, junto con los calcetines. Luego pensó que mañana era fiesta y que no habría magia posible, a regañadientes se acercó y puso la ropa en el cesto a tal efecto, justo al lado de donde habían aterrizado.


Cogió el pijama y se volvió al salón, se puso delante de las botellas… dudó entre el Suntory Hibiki y el Talisker… ambos empezados ya y sendos regalos de socios de alguna operación. Decidió poner un par de dedos de Talisker 18 y coger 2 medidas de hielo picado del dispensador del congelador, era un momento tradicional y nada mejor que un viejo malta.


Se sentó en la butaca y adaptó las luces al gusto y recogió el dossier de la mesa cercana. Empezó a revisar párrafos completos, leyendo en diagonal y deteniéndose en aquellos puntos que saltaban a la vista desde las líneas anodinas, una rutina que siempre terminaba por darle un conocimiento suficiente del documento revisado. Sus tablas de orador harían el resto.


Pero esta vez el cansancio vencía a la atención y terminó dejando caer los párpados un instante, luego un poco más, luego…


 


De repente el golpe del dossier al caer al suelo le despertó y miró sorprendido a su alrededor. Recogió las páginas leídas, las volvió a la mesa , vio que el vaso aún mantenía el hielo prácticamente intacto y apuró un poco de su contenido.


Decidió irse a dormir aquellas horas que parecía necesitar…


Pero una luz encendida en el vestidor, le llamó la atención. No recordaba haberla olvidado, pero acudió a desconectarla.


 


Entrar en el vestidor le causó un pasmo importante, en medio de la zona despejada había una joven, descalza, morena, etérea, inalcanzable. Su aspecto era vagamente familiar pero no acertaba a reconocer la razón, tampoco razonaba su presencia, sus últimas visitas no guardaban semejanza a esa figura. Sus últimas visitas (más carnales) mostraban otro cariz y no se entretenían en el vestidor. La figura levantó la mirada y le cautivó, esos ojos apresaron su atención como hacía tiempo no había sucedido.


-          ¿No me recuerdas?


-          Si…, no…, ¿debería?


-          No sé, quizás, si no me recuerdas es momento de que vengas conmigo.


 


 


Tendida quedó una mano, extrañamente afable.


Sólo tocarla todo cambió, vió un joven impulsivo, con sueños y con capacidad de subyugar a las amistades. Un abogado brillante, en búsqueda permanente de nombre y reconocimiento, fiestas de amigos y una sala grande, al fondo una chica, morena, con liviana rotundidad en sus gestos y sin prestarle atención. Él pasaba por las otras figuras como delante de un paisaje irrelevante. Voces, murmuraciones, confidencias y chismorreos sin atender le llevaban en volandas hacia la joven. Por fin ella se dio cuenta de su presencia y una sonrisa le recibió, incapaz de reaccionar siguió esos ojos y retomó su juventud, esas fiestas, los primeros conocidos, la proximidad a una familia diferente, el final del lanzamiento profesional de su despacho, su trabajo, el regreso a casa cada día… esa mirada, esa figura, esas sonrisas, esas conversaciones, ese sentimiento. Era ella, sin dudas… ella, otra vez, por fín, sin remedio y el corazón estallaba. Pero la mirada se congeló y se fue apartando, todo se hizo borroso, gris.


Y volvió al vestidor, la joven retiró la mano.


-          Eres tú… ¡tú!


-          Si, era yo, era lo que viviste. Esos recuerdos, ese pasado, pensaba que te acordarías


-          Pero, has vuelto… quédate. Fueron buenos momentos y estuvieron bien.


 


-          Pasaron, los dejamos pasar. No es posible recuperar aquello que tiramos al cesto de la ropa sucia, hay que lavarla y la vida no se lava, se vive.


 


-          Pero podemos recuperarlo, nada importa. Yo no me acostumbro a ello.


-          No es posible, son las navidades pasadas, verás las presentes y las futuras. Pero el pasado no tiene recambio, és pasado, lo viviste ya.


-          Pero…


-          No, debo irme. Vendrán otros.


-          Constanza….


 


 


La figura se esfumó.


 


La soledad se hizo de cemento, opresiva y pesada… ya no recordaba que motivó esa visita al vestidor y volvió sobre sus pasos. Un sorbo del vaso inacabado lo tranquilizaría.


En la butaca un figura masculina, elegante, impoluta y serena.


 


-          ¿Quién eres?, ¿Qué haces aquí?


-          ¿no lo imaginas? Soy el presente, tu presente…


-          Dejadme en paz, no son momentos y mañana tengo que hacer.


 


El hombre le alargó el vaso con el hielo casi intacto…


-          ¿Buscabas esto?


-          Si, me vendrá bien…


 


 


Solo tocar el vaso se lanzó a un tobogán vertiginoso…


Se vió rodeado de gente, todos le adulaban, todos le reclamaban, buscó caras conocidas y no las percibió en la multitud.


A su lado mujer despampanante, no recordaba ni su nombre, pero sabía que sus atenciones le permitían combatir el desdén del resto del mundo. El hombre elegante estaba a su lado, le susurraba su agenda de compromisos:


Recepciones, rueda de prensa, acto benéfico, firma protocolaria, entrevista con alguien, visita centro cultural, comida de protocolo…


Se sentía lleno, como un pavo antes de navidad, saturado. Su acompañante sonreía socarronamente, el elegante traje destacaba sobre su imagen hierática.


La mujer lucía sus galas con una pose artificial, le preguntó si se verían mañana.


No supo que contestar.


Ella le dijo que se tomaría el día libre, que las apariciones públicas la mataban de aburrimiento, que la llamase si quería algo. Siguió con el rictus aprendido a fuerza de eventos para el público y le guiñó el ojo de forma privada.


Estaba en vilo, exultante, agasajado… pero el gentleman le hizo un gesto y prestó atención a su espalda. Los rostros sonrientes y desmesurados se volvían desdeñosos, comentarios hirientes y burlas. Todo era falso, nada era sincero.


Pensó en sus hijos, siempre con su madre y siempre sonrientes cuando le veían. Pero cada vez los veía menos, venían y se iban… no les oía reir.


El escenario cambió y apareció una piso lujoso, lo conocía y se guió casi sin darse cuenta por los pasillos y las salas. Oyó las risas antes de ver nada, sus hijos reían con la familia de su mujer, hacía poco rato que los había dejado tras saludarlos unos minutos y estaban serios y apartados. Ahora reían y corrían con otros niños por el salón sin importarles quien estuviera.


Lloró, se encontró con aquello que más echaba en falta. Solo pudo llevar sus manos a la cara y dejarse llevar por las emociones perdidas.


 


Levantó la cabeza y separó las manos.


Estaba en su salón, la butaca de diseño vacía y el vaso en la mesita lateral… nadie le acompañaba, no había traje, ni gentleman, ni niños, ni nada diferente.


La angustia era un balón en su garganta, casi ni se atrevía mirar. Ahora sabía que le esperaba.


 


Cabizbajo se dirigió al vestidor, cogió un pijama de seda, el que más éxito tenía entre sus visitantes ocasionales y con el que se sentía más dominador.


No hubo sorpresas, se vistió para la ocasión. Pijama granate oscuro, botones negros, cerró la luz. Su habitación estaba cerca, no necesitaba ni activar el interruptor. Se sentó en la cama, esperando lo inevitable.


Pero nada acontecía… de repente su teléfono sonó.


Una voz imperiosa:


-          Sal al balcón, ahora


 


 


La noche se había calmado y, extrañamente, no hacía frio, el pijama estaba recién planchado y mostraba un aspecto impecable.


 


Una figura togada le estaba esperando.


-          Dime, sé a qué vienes, es el Cuento de Navidad. Ahora me veré muerto y solo.


-          No, eso sería más sencillo. Ven conmigo.


 


Apareció en un gran despacho, solemne y abigarrado. Mesa antigua y alfombras.


Oyó pasos y la doble puerta abrió una de sus alas, en el umbral estaba su colaborador, un jovencillo con traje ajustado, camisa blanca, corbata roja y sonrisa relumbrante. Llevaba varios paquetes de papeles colgando de su brazo izquierdo.


-          Conseller, tenemos que preparar las nuevas propuestas para las concesiones tributarias.


-          Si, prepáralas… déjalas en el escritorio, respondió automáticamente sin saber muy bien el motivo.


-          Bien, se lo dejo aquí.. le esperan en el salón de actos del Círculo Ecuestre y para la sesión en el Parlament


-          Gracias, me acuerdo, lo tendré en cuenta.


 


El jovencillo sonrió y salió del despacho. Firmó los papeles sin mirarlo apenas. Lo dejó en el sitio acordado tácitamente con su equipo y descolgó el teléfono para pedir el coche oficial.


Recordó la campaña, las soflamas, cuantos se habían acercado a él y le habían animado a figurar como banderín de enganche. Los mítines en poblaciones alejadas, las veces que tuvo que contar anécdotas pasadas, los encuentros con personajes curiosos, los desencuentros con gente poderosa. Sus viajes. Justificar sus apariciones públicas, sus excesos. Siempre era recibido con cierto runrún y despedido con gritos de reivindicación.


Supo de su empuje a primera línea, se descubrió poderoso, líder y poseedor de las esencias del país.


El camino hasta la puerta principal le revivió su triunfo y su espectacular ascenso. Las puertas abiertas y un sinfín de atenciones.


 


Entró en el coche y dio los buenos días sin pensar. Le dijo al chofer que arrancara y se ensimismó en la imagen del Palau a su derecha. Lo había conseguido.


Pero el vehículo no se movió, se giró al conductor y vio la imagen del togado.


-          Es el final del trayecto.


 


Y todo cambió.


Estaba en su despacho de abogado, pero no estaba como lo recordaba. El pasado lujoso y despejado de las oficinas era un presente un tanto decepcionante. Papeles, mesas desordenadas, algunos jovencillos yendo y viniendo, menos luces brillando y mucho más ruido del que él tuviera presente (siempre le gustó trabajar en silencio para poder leer con atención).


En su mesa, papeles y un portafirmas. En el portafirmas un DVD… solitario.


Se giró y puso el disco en el equipo reproductor del despacho. Las imágenes se hicieron conocidas.


Oyó las conversaciones recogidas, las confidencias de políticos, de advenedizos, de colaboradores sonrientes y solícitos de su etapa electoral. Vio como le instrumentalizaron, como firmó sin leer dictámenes, como aprobó resoluciones, como confió y como, creyéndose líder reverencial, se convirtió en chivo expiatorio. Escuchó como reían de él, de sus puestas en escena, de sus devaneos privados, de cómo le ‘distrajeron’ colocándole a cierta secretaria, de cómo le dejaron sólo a partir de un momento y de cómo lo pusieron a los pies de los caballos… de cómo arrojaron su cabeza a la hoguera de las vanidades.


Conforme avanzaban las imágenes, su indignación crecía, pero también su desasosiego, su decepción personal.


Una vez terminó, se levantó de la silla, se acercó al lavabo que había hecho instalar en su despacho hacía muchos lustros y se miró en la imagen del espejo.


Había vuelto a engordar, estaba canoso, su jovialidad pasada era un libro de arrugas y de desencantos. Casi ni recordaba su imagen de hombre atrevido…  ¿Cuándo fue eso?. Le llamaban ‘Kennedy ‘, el ‘Kennedy català’, la cara del espejo era de un despilfarro absoluto, había pagado una fortuna por arreglarse las primeras arrugas y manchas de la edad, después las bolsas y la papada… todo por una imagen pública.


Pero seguía en su despacho, sin fama, sin luces, sin loor de multitudes… él, que lo fue todo.


Oyó unos pasos… un carraspeo… vió a su secretaria y salió. Estupenda chica, de vez en cuando la miraba y sabía que estaba allí por el sueldo que le pagaba y por los regalos que podía aportarle por su dedicación. Era la peor de las que tuvo nunca, pero daba gusto poder lucirla en reuniones y en público.


-          Dime


-          Ha llamado su hijo… ¿Va a ir a cenar hoy a su casa?


-          Es verdad, mañana es Navidad...


-          Si


-          ¿Te ha dado detalles?


-          ¿Su exmujer, y la familia de ella?


-          Sí, eso.


-          No, pero será como siempre, supongo.


-          Uffff… ¿tu estás libre hoy?


-          No, estoy con unos amigos y después quiero visitar a mis padres


-           Lo entiendo, gracias… dile que miraré de pasarme, que tengo mucho trabajo, pero que no se lo puedo asegurar


-          Como el año pasado, vamos


-          ¿Ya dije eso?


-          Si, y el anterior también.


-          Pues es época de tradiciones, dile lo mismo. Cierra lo que tengas urgente y vete, si quieres ver a tanta gente, yo cerraré el despacho… díselo a los demás


-          Gracias, y Feliz Navidad.


-          Bon Nadal, ya sabes que me gusta en catalán.


-          Bon Nadal, entonces.


 


Se giró a los ventanales y vio el trajín de la gente con los preparativos, el cristal reflejaba su imagen de soledad y de superado por los acontecimientos, de quien no supo gestionar el éxito y de arroparse con falsas esperanzas y ladinos acompañantes. Nadie reparaba ya en sus ventanas, ni en su figura, la vida seguía, otros acaparaban titulares. Su momento había pasado, no hoy, ni ayer… hacía mucho tiempo de eso, pero era consciente de ello en ese preciso instante.


 


Sonó el móvil, tras el sobresalto descolgó y reconoció la voz:


-          Es la hora


 


Miró el reloj de la muñeca, un TAG de cuando se habían comprometido con su mujer.


Estaba en su salón, sentado, el informe a medio leer en su regazo, la copa con hielo en la mesa y todo colocado como siempre estuvo. Miró sorprendido alrededor y no tuvo respuestas a sus preguntas interiores.


Se levantó, apuró el vaso y fue al lavabo, el mármol travertino y las luces halógenas prendieron con fuerza y enmarcaron el espejo.


Se miró en él y vio al abogado fuerte, impetuoso y con multitud de lisonjas oídas, miró la imagen con fuerza e insistencia, esos ojos fijos…


 


-          I ara qué,…  que fem Jan ???


 



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