diumenge, 28 de març del 2010

LA PRIMERA LIGA DE MUCHOS CULÉS




Hoy echaremos la vista atrás, en parte por nostalgia, en parte para valorar cómo ha cambiado el F.C. Barcelona en el último cuarto de siglo. Vamos a recordar aquella Liga 1984-85, la primera que el club ganaba tras la conseguida por Johan Cruiyff como jugador, once años antes.


 


 


Los jovencitos del jardín no sabéis lo que era vida de los culés en los setenta y primeros ochenta, para los que fueron demasiado jóvenes para enterarse de la liga de Cruiyff: nunca eramos los campeones. Jugábamos como nadie, pero nunca ganábamos la Liga. Y siempre, o eso nos hacían creer desde el club y el entorno, teníamos más posibilidades que nadie. En aquella época el entorno eran el Mundo Deportivo y el Dicen. El Sport llegó más tarde. Y La Vanguardia, claro, con Bañeres en su apogeo.


Concretamente, siempre teníamos al mejor jugador del mundo. Primero Cruiyff, al que recuerdo ganando la Copa contra el Las Palmas. Luego llegó Krankl, máximo goleador en Argentina'78 y Bota de Oro. Fugazmente tuvimos a la gran esperanza brasileña, Roberto Dinamita. Le siguió un reluciente Balón de Oro, Allan Simonsen. Incluso conseguimos fichar al mejor artillero español (recordad: sólo dos extranjeros) cuando el Sporting ya no pudo ejercer más el derecho de retención (¡cómo ha cambiado el mercado!) con Quini. Y a la perla del fútbol alemán, entonces dominante, Bernd Schuster. Y a la indiscutible polla con cebolla, Diego Armando Maradona. Pero nada.


Cada año sucedía lo mismo: fichajes ilusionantes, buen nivel en pretemporada, convivencia óptima en el equipo, torneo Gamper espectacular y una sensación generalizada: "Aquest any, si" (este año, sí). Pero cada año llegaba una racha maldita contra equipos no punteros que nos apartaba del título. Recuerdo vívidamente un titular en primera página de La Vanguardia tras una derrota en el Camp Nou: "la inevitable crisis de todos los años".


Y generalmente se jugaba muy bien. Helenio Herrera, que volvía de todo, consiguió un equipo con de juego directo y gran pegada. Lattek montó un equipo guerrero y dominador con un 3-4-3 muy atrevido para la época que hasta el tramo final de la Liga fue intratable. Menotti le dió la vuelta al calcetín y los hizo jugar con mejor trato a la pelota; costó lo suyo al principio, pero la racha final fue (creo) de 13 victorias y 2 empates. Al final nos faltaba siempre un punto para campeonar.


Campeonar, se entiende, en la Liga. Porque Copas, Recopas, Supercopas y Copas de la Liga, eso sí, algo siempre caía. Pero en la competición que marca la temporada, todos contra todos a doble vuelta, allí nos faltaba un qué.


Eramos, además, el auténtico Pupas. Lo del Atlético llegó después, pero a nosotros cada año nos pasaba una: secuestro de Quini; lesión larguísima de Schuster; lesión larga de Maradona; hepatitis B de Maradona; accidente de tráfico de Krankl y su mujer en la UVI ... Y, principalmente, habían rivales muy buenos. El Real Madrid era habitual de cuartos y semis de Copa de Europa; el Athletic había jugado la final de la UEFA del 76, y su equipo de inicios de los 80 era una máquina a la contra; la Real de Ormaechea era fortísimo físicamente y tenía tres jugadores de ataque (Zamora, López Ufarte y Satrústegui) y un portero (Arkonada) grandiosos. Al final, siempre nos faltaban uno o dos puntos. Siempre segundones.


El verano del 84 fue tremendo. Habíamos perdido aquella final de Copa que terminó a patadas y con sanciones que nunca se cumplieron. Se marchó Menotti, supongo que harto de las niñerías de Maradona. Se fichó al inglés Terry Venables, que venía con vitola de renovador del fútbol inglés desde el entonces desconocidísimo Queen's Park Rangers. Maradona dijo que se quería ir (Malvinas argentinas, recordad) y tras el culebrón del verano, se fue. También nos abandonó Quini, necesitábamos un 9, nadie quiso apostar por Pichi Alonso; Venables no aceptó sin haberlo visto antes (eran los ochenta) a Hugo Sánchez y fichamos a Steve Archibald, del Tottenham.


Nadie creía que fuésemos a ganar nada, la verdad. Llevábamos desde el 75 sin ganar la Liga. Venables concedía entrevistas en la tele y hablaba de las novelas que había escrito (Once héroes y el mánager, ...) y salía cantando canciones de Sinatra en las galas de TV3.



Terry Venables recuperó un concepto que había implantado Udo Lattek, la presión en todo el campo. Mantuvo el gusto por el juego combinativo que había aportado Menotti. Le dió permiso a Schuster para que diese pases a cuarenta metros (¡ríanse ustedes de Koeman, Márquez y demás medianías!) con lo que habilitaba a tres excelsos extremos, Marcos Alonso (autor de uno de los goles más míticos de la historia azulgrana), el Lobo Carrasco, y Esteban Vigo que se iban alternando en el equipo, e introdujo dos novedades trascendentales.


La primera, ubicar al canterano Juan Carlos Pérez Rojo como mediapunta. La segunda creo escuela en España: defensa zonal al hombre de cuatro en línea. Hasta entonces, defensa al hombre o defensa zonal. Pero Terry dijo: cuando el rival esté en tu zona, le cubres; cuando salga, te quedas en tu zona y vigilas sin irte de ella. E instauró los apoyos lateral-central de su lado que hoy son básicos. Revolucionario. También le dió la titularidad al debutante Ramon Maria Calderé y se aprovechó de acertados fichajes de sus antecesores: Julio Alberto, Urruti, Alexanko, Víctor Muñoz. El símbolo y alma del equipo, que siempre se negó a ser capitán porque no era canterano, era Migueli. Los revulsivos eran el tercer canterano, Paco Clos, y el extremo descartado de inicio.


Aunque en el primer partido de liga el equipo consiguió una espectacular victoria por 0-3 en el Bernabeu, los inicios fueron decepcionantes. En el Camp Nou hubo un par de empates inesperados. Conato de pañolada. Rojo, que llegó tarde del B, donde era goleador, no marcaba. Y el Metz nos remontó un 2-4 en primera ronda de la Recopa y nos clavó un humillante 1-4 en el Camp Nou. Todas las apuestas eran a que Josep Lluís Núñez mantendría su promedio de entrenador cesado por temporada. Pero el equipo hizo clic y empezaron a ganar y ganar. La primera derrota llegó en San Mamés, 1-0 en un partido que dominamos sin marcar. El entorno permaneció tranquilo, lo que ahora parece obvio, porque el equipo fue líder de la liga desde la primera jornada, pero entonces era toda una novedad. El equipo siguió ganando y marcando goles a mansalva.


En enero llegó el Madrid a disputar un duelo tan decisivo y esperado como el del próximo día 10. Butragueño, admiradísimo en el Camp Nou, era la máxima amenaza; a Valdano, tan locuaz como ahora, le anularon injustamente un gol por fuera de juego; expulsaron a uno del Barça con empate a uno; y Boquerón Esteban cruzó el campo sorteando rivales y marcó un golazo que de ser de Maradona todos dirían que es de los mejores de la Historia. 2-1 y era sólo cuestión de esperar a ser matemáticamente campeones. Pero Febrero fue muy duro: tres salidas seguidas, tres penalties en contra. Rumor de arbitrajes ... ya sabéis.


Y fuimos a Valladolid. Si ganábamos, campeones. Yo acompañé a mi tío Paco a la Construmat, una feria para profesionales, no para público curiosón. En todos los stands, la radio puesta. Volvimos a casa en taxi, escuchando a Joaquim Maria Puyal, veíamos a todos los que paseaban por la calle con el transistor en el oído. Llegamos a casa, faltaban 10 minutos, "L'àrbitre ha marcat penal!". Mi padre, que no era futbolero y había comprado el cava personalmente, con cara agria; mi madre sentenció "ja tornem a ser". Aquello ya es leyenda:


 http://www.youtube.com/watch?v=40h34MWs6Lw&feature=player_embedded


Los gritos de Stamford Bridge cuando el iniestazo, pues en versión parada milagrosa. Final del partido. Campeones. Núñez llorando. Gaspart desbarrando. Ernest Lluch (Ministro de Sanidad y culé acérrimo) entrando en el vestuario a felicitar a los jugadores. Julio Alberto sonriendo tapado sólo por una toalla, alguien rociando a los demás con cava.


Recuerdo que a la mañana siguiente una amiga me saludó por la mañana "qué tal" y que cuando me vió la cara dijo "no hace falta que me lo digas". La sonrisa no me cabía en la boca.


Ha pasado mucho tiempo pero ¡No sabéis cómo amamos a Urruti!



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